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Longevidad y geopolítica: cuando la demografía reordena el poder mundial

Fuente: CENIE

Dos personas mayores echando una carta en un buzón

Según la ONU, para 2050 una de cada seis personas en el planeta tendrá más de 65 años

El mapa del poder mundial está envejeciendo. No lo hacen solo las personas, sino también las estructuras que las sostienen. La longevidad, lejos de ser un fenómeno exclusivamente biológico o social, se ha convertido en una nueva variable geopolítica: los países compiten no solo por riqueza o recursos, sino también por el modo en que gestionan el tiempo de vida de sus ciudadanos.

Según Naciones Unidas, para 2050 una de cada seis personas en el planeta tendrá más de 65 años. La demografía, que alguna vez fue un dato de fondo, se ha convertido en el nuevo lenguaje del poder.

El poder del tiempo

Durante siglos, la demografía fue el motor silencioso de la historia. Los imperios crecían o se desmoronaban en función de su capacidad para sostener poblaciones jóvenes y productivas. Hoy, la ecuación se invierte: las sociedades más longevas del planeta —Europa, Japón, Corea del Sur— afrontan un dilema inédito. Han conquistado el tiempo, pero se enfrentan al riesgo de que ese tiempo se convierta en lastre económico y político.

La llamada “pirámide invertida” —más mayores que jóvenes— está transformando el equilibrio global. Mientras Europa y el Este asiático envejecen, regiones como África o el sur de Asia experimentan un auge demográfico que reconfigura los flujos migratorios, las cadenas de producción y los ejes de influencia internacional. En este nuevo tablero, el talento joven se convierte en un bien escaso que viaja allí donde el envejecimiento necesita sostenibilidad. La migración, más que un problema, será el puente que conecte generaciones y geografías.

Los nuevos polos de la longevidad

Japón fue el primer laboratorio de este cambio. Con una población en la que uno de cada tres habitantes supera los 65 años, el país ha tenido que reinventar su modelo laboral y de bienestar. China le sigue de cerca: su crecimiento económico se enfrenta a una fuerza laboral menguante y a un envejecimiento acelerado tras décadas de la política del hijo único.

En contraste, India, Indonesia o Nigeria emergen como potencias demográficas jóvenes, con una media de edad que ronda los 30 años. Pero esa juventud no es sinónimo de ventaja si no se traduce en empleo, educación y cohesión. La geopolítica de la longevidad es, en el fondo, una carrera entre países que envejecen demasiado rápido y otros que aún no han aprendido a envejecer.

Europa: longevidad y fragilidad estratégica

Europa representa el laboratorio político más visible de este fenómeno. Sus sociedades envejecidas son, al mismo tiempo, las más democráticas, las más equitativas y las más vulnerables a la pérdida de dinamismo. La sostenibilidad de las pensiones, el peso creciente del voto sénior y la tensión entre protección social y competitividad marcan la agenda política.

La llamada “brecha generacional” no es solo económica: también es cultural y política. Los valores del Estado de bienestar —solidaridad, redistribución, universalismo— se construyeron en sociedades más jóvenes. Hoy, Europa busca reinventar su contrato social en un contexto donde la edad media del poder político supera los 50 años y el futuro depende de alianzas intergeneracionales. La cohesión dependerá, cada vez más, de la capacidad de combinar experiencia y juventud en las decisiones públicas, así como de incorporar tecnología y automatización para sostener la productividad sin renunciar a la equidad.

Mientras Europa busca reinventarse desde dentro, el resto del mundo observa cómo el envejecimiento se convierte en una nueva forma de poder: el “poder gris”, un fenómeno que ya influye en la geopolítica global.

El futuro del poder gris

Algunos analistas hablan ya de una “geopolítica del envejecimiento”. El economista Nicholas Eberstadt, del American Enterprise Institute, sostiene que la combinación de baja natalidad y alta longevidad podría ser “el nuevo talón de Aquiles de Occidente”. En paralelo, el demógrafo Joseph Chamie, exdirector de población de la ONU, ha advertido que la competencia entre regiones “jóvenes” y “viejas” reordenará la economía global tanto como la revolución tecnológica.

Mientras tanto, potencias como Estados Unidos intentan mantener el equilibrio gracias a la inmigración, que rejuvenece parcialmente su pirámide demográfica. Rusia, en cambio, se enfrenta a un declive demográfico severo, acelerado por la guerra y el éxodo juvenil. El poder gris —ese que proviene del peso electoral, la experiencia y el capital acumulado de las generaciones mayores— está influyendo ya en decisiones estratégicas de escala mundial.

Una cuestión de valores

La longevidad no solo reordena el poder, también redefine lo que entendemos por progreso. Las sociedades envejecidas tienden a priorizar la estabilidad, la protección y la memoria. Las jóvenes, el cambio y la expansión. El equilibrio entre ambas visiones determinará la política global del siglo XXI.

El modo en que las naciones afronten el envejecimiento será también una declaración de identidad: un espejo de lo que valoran y de cómo imaginan el porvenir.

La pregunta no es solo qué países serán más longevos, sino qué harán con esa longevidad. Convertirla en ventaja —en cohesión, sabiduría y bienestar— o dejar que se vuelva fragilidad. La geopolítica del envejecimiento no se libra entre naciones, sino entre modelos de futuro: los que saben cuidar y los que aún no han aprendido a hacerlo.

Quizá el siglo XXI no sea el tiempo de los imperios, sino el de las civilizaciones que aprendan a cuidar.

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