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Mujeres y longevidad: más años de vida, pero no siempre de salud
Fuente: CENIE

En todo el mundo, las mujeres viven más que los hombres
España se encuentra entre los países del mundo donde se vive más años, junto a regiones de Japón, Italia, Corea del Sur o Suiza. Como ocurre en la mayoría de los países desarrollados, las mujeres españolas viven más años que los hombres. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida en España se sitúa en torno a los 83,8 años. Si lo desglosamos por sexo, las mujeres alcanzan una media de 86,3 años al nacer, mientras que los hombres viven, de media, hasta los 81,1 años. Esta diferencia de algo más de cinco años no es exclusiva de nuestro entorno, sino que refleja una tendencia global: en todo el mundo, las mujeres viven más que los hombres.
A primera vista, podría parecer una buena noticia. Pero si se mira con atención, hay un detalle importante: aunque ellas viven más tiempo, también lo hacen con más enfermedades, más dolor crónico y mayor deterioro cognitivo. Es decir, viven más, pero no necesariamente mejor. Esta aparente contradicción se conoce como la "paradoja de género en salud", y ha sido objeto de numerosos estudios. Y, ¿qué significa vivir con mala salud? Para valorar si una persona tiene buena o mala salud, se pueden utilizar distintos indicadores. Algunos de los más comunes son la presencia de enfermedades crónicas, el estado de salud autopercibido o el deterioro cognitivo, que incluye la pérdida de memoria, la falta de atención y otras funciones mentales. Estas medidas de salud nos permiten calcular lo que se conoce científicamente como "esperanza de vida no saludable": es decir, los años que una persona puede esperar vivir con algún tipo de enfermedad o deterioro que afecte su bienestar diario.
Además del indicador de salud utilizado, hay otros factores sociales, económicos, culturales, comportamentales, etc. que podrían ayudar a explicar los motivos de una brecha entre hombres y mujeres en la cantidad de años vividos con mala salud. El nivel educativo es un determinante poderoso de la salud en la vida adulta, y actúa a través de múltiples vías, incluyendo el acceso a recursos materiales, la alfabetización en salud, y los recursos sociales y cognitivos. Aunque las asociaciones entre un bajo nivel educativo y peores resultados en salud están científicamente bien documentadas, aún no se comprende de manera suficiente hasta qué punto estas asociaciones varían entre diferentes dominios de la salud, subgrupos demográficos y contextos institucionales. De aquí que nos preguntamos qué pasa en el contexto español: ¿Vive peor quien tiene menos estudios? ¿Esa desventaja afecta más a las mujeres? ¿La educación puede ser un escudo frente al deterioro en la vejez?
Varios investigadores han estudiado la relación directa entre educación y salud en la población española. A mayor nivel educativo, tanto hombres como mujeres viven menos años con problemas de salud. Asimismo, las mujeres viven más años en mala salud que los hombres, en todos los niveles educativos, aunque también viven más años en buena salud (dada su mayor esperanza de vida). Sin embargo, al centrarnos en la diferencia por nivel educativo del tiempo vivido en mala salud, esta es especialmente notable en las mujeres. Por ejemplo, una mujer de 45 años con estudios básicos puede llegar a vivir unos 8 años más con mala salud autopercibida que otra mujer de la misma edad con estudios universitarios. En el caso de los hombres, la diferencia también existe, aunque es prácticamente la mitad, algo más de 4 años. Entonces, la combinación de género y nivel educativo crea una doble desventaja: ser mujer y tener baja educación se traduce en una mayor carga de años vividos con enfermedad.
Esto sugiere que la educación protege especialmente a las mujeres frente a una vejez deteriorada, es decir, ellas se benefician en mayor medida del impacto positivo de la educación sobre la salud. ¿Por qué ocurre esto? La educación suele estar relacionada con mejores condiciones laborales, mayores ingresos, más conocimiento sobre hábitos saludables y un mejor acceso al sistema sanitario. La educación, a menudo vista solo como una herramienta para encontrar empleo, es también una poderosa medicina preventiva ya que da más capacidad para tomar decisiones informadas sobre la propia salud. Además, las mujeres con menor nivel educativo suelen verse más afectadas por desigualdades acumuladas al largo de la vida: trabajos precarios, mayores responsabilidades familiares, estrés crónico o menos tiempo para el autocuidado. En conjunto, todos estos factores, tienen un impacto en nuestra calidad de vida. Y aquí entra la paradoja: aunque las mujeres viven más, eso no necesariamente es una ventaja si esos años están marcados por la mala salud. Lo que en términos demográficos parece un logro, desde la experiencia cotidiana puede vivirse como una carga.
Ahora bien, no conviene olvidar el otro lado de la moneda: incluso las mujeres con bajo nivel educativo viven más años en buena salud que los hombres del mismo nivel, lo que matiza la aparente paradoja. Una explicación por qué ocurre esto está en los distintos perfiles de enfermedad. Entre las mujeres predominan más enfermedades crónicas como el dolor lumbar, que afectan a la calidad de vida, pero no necesariamente a la supervivencia. En cambio, entre los hombres son más frecuentes la diabetes, la obesidad y las enfermedades cardiovasculares, que están más ligadas a la mortalidad. Es decir, los hombres mueren antes, pero también acumulan menos años en mala salud porque sus enfermedades son más letales.
Entonces, una de las formas más efectivas de reducir esta brecha en salud es invertir en educación, especialmente entre las mujeres con un bajo nivel educativo. Aunque los beneficios de más años de escolarización no se ven de forma inmediata, a largo plazo se traducen en una mejor calidad de vida, más salud y menos desigualdades. Esto es especialmente relevante en un país como España, que está experimentando un cambio demográfico importante caracterizado por el rápido envejecimiento de la población y donde muchas mujeres mayores de 65 años pertenecen a generaciones con bajos niveles de escolarización. De hecho, las mujeres europeas han experimentado una gran expansión en su nivel educativo durante la segunda mitad del siglo XX, y aunque en España esta expansión se ha producido más tarde, a medida que las cohortes jóvenes, con mayor nivel educativo, envejezcan, podría tener un impacto significativo, incluso sin que se reduzca la prevalencia de salud específica por edad.
En definitiva, la evolución en la distribución del nivel educativo debería mejorar la esperanza de vida saludable de la población total y reducir la brecha de género en el número de años vividos con mala salud. Sin embargo, mientras esperamos la llegada de cohortes más educadas, reducir los problemas de salud en toda la población —especialmente entre las mujeres con educación primaria o menor— debería ser una prioridad para fomentar un envejecimiento activo y retrasar el proceso de discapacidad.
Pensar en salud pública no solo implica reforzar hospitales o ampliar coberturas médicas; también significa garantizar una educación equitativa y de calidad desde edades tempranas. Así, con los datos estadísticos en mano se pueden entender historias de vidas muy distintas. Mujeres que viven más, pero no mejor. Hombres que, con más formación, envejecen con más autonomía. Y un sistema social que aún tiene camino por recorrer para que los años extra de vida sean también años de bienestar.
Artículos científicos de referencia:
Solé-Auró A, Zueras P, Lozano M and Rentería E (2022) Gender Gap in Unhealthy Life Expectancy: ´The Role of Education Among Adults Aged 45+. Int J Public Health 67:1604946. doi: 10.3389/ijph.2022.1604946
Spijker, J. J. A., & Rentería, E. (2023). Shifts in Chronic Disease Patterns Among Spanish Older Adults With Multimorbidity Between 2006 and 2017. International journal of public health, 68(1606259). doi:10.3389/ijph.2023.1606259.
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