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¿Devoran los pensionistas?

Fuente: Economistas Frente a la Crisis

Imagen del cuadro "Aturno devorando a su hijos" de Francisco de Goya.

Artículo de Juan Antonio Fernández Cordón y Antonio González González, economistas y miembros de Economistas Frente a la Crisis

Este articulo es una reacción -por la sorpresa e indignación de sus autores- ante una artículo publicado en El País por Estefanía Molina el pasado 2 de junio de 2022.

Oponer unos jóvenes que no pueden permitirse una vivienda, que deben retrasar el momento de tener hijos y conformarse con trabajos precarios y mal pagados, a unos ‘viejos’ que viven tan ricamente de generosas pensiones que pagan esos pobres jóvenes, es un recurso falso y ya clásico de los que llevan décadas intentando rebajar las pensiones a toda costa.

Los acuerdos del Pacto de Toledo y las medidas del actual gobierno progresista favorecen la continuidad de las pensiones públicas, al haber acabado con los recortes de la reforma del Partido Popular en 2013. Esto ha causado estupor y alarma entre los que confundían la unanimidad de los portavoces de los poderes financieros con un consenso general para rebajar las pensiones públicas. Hoy, a la hora de cumplir el compromiso legal de evitar la pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas causada por el aumento de los precios, multiplican sus advertencias alarmistas: auguran un grave peligro para las cuentas públicas, mientras paradójicamente insisten en bajar los impuestos. Y se llega a escribir que, con la recuperación de la inflación, los pensionistas devoran a sus hijos.

Afirmar que las pensiones es un tema tabú, es ignorar calculadamente la tinta consumida desde hace décadas por los que se empeñan en reducir las pensiones a toda costa y la enorme cantidad de artículos, declaraciones y augurios funestos que se publican cada día en los numerosos medios afines a los recortadores de las pensiones. Sostener que, a pesar del supuesto tabú, los jóvenes, hartos de su situación, consideran que es un despropósito “la indexación de todas las pensiones a un IPC desbocado” es poner en su boca lo que dicen los “expertos” que defienden los intereses de los poderes financieros. ¿Se apoya todo esto en alguna encuesta? No, que sepamos. Así, se pretende que estos jóvenes, en realidad tan maltratados por los que siempre se han opuesto a cambiar las causas de su precariedad, se conviertan en activos defensores de sus maltratadores en su batalla contra las pensiones públicas. La mayoría de los jóvenes sabe que toda rebaja de las pensiones de sus padres y abuelos se consolidará y recortará las suyas futuras, que ya anticipan míseras por la precariedad: no van a ser cómplices. 

Las pensiones tienen que recuperar la inflación porque, a diferencia de otras rentas, carecen de oportunidades presentes y futuras para defenderse de ella. La pensión no tiene absolutamente ninguna posibilidad de aumentar durante toda la vida del pensionista. Si pierde su poder adquisitivo, bajará su nivel de vida para siempre.

Se dice que eso se cargará sobre los hombros de los jóvenes a largo plazo. Pero, su contribución al pago de las pensiones no depende directamente de si el monto total de las pensiones es más alto o más bajo, sino que es proporcional a sus ingresos (como para los demás cotizantes), y estos son bajos por la precariedad de sus empleos. En caso de que las cotizaciones de un año no alcancen para pagar las pensiones, se debe recurrir a movilizar las reservas, si existen, o a los ingresos generales del Estado, es decir, los impuestos que, debido a la progresividad fiscal y a los menores salarios de los jóvenes, repercuten sobre sus hombros menos que sobre los restantes grupos de edad.

Los jóvenes tampoco compiten con los mayores por las transferencias sociales. Lo que necesitan es que mejoren sus condiciones laborales, más estabilidad y mejores salarios, y que el descontrol del mercado inmobiliario -y la falta de políticas públicas- no les impida acceder a la vivienda, condición indispensable para poder emanciparse y para fundar una familia y tener hijos. Cosas que en nada impiden las pensiones y que sus padres pensionistas son los primeros en defender.  El intento de manipular a los jóvenes, ya bastante vapuleados por el sistema, y de atribuirles un discurso de mezquindad y egoísmo que no practican, resulta intolerable.

La otra pata de esta tambaleante argumentación también es impugnable: ¿son tan generosas las pensiones? Primero, no se puede comparar el salario de los jóvenes con la cuantía de las nuevas pensiones, sino con la de todas las pensiones. Debido a la maduración del sistema, los nuevos jubilados tienen carreras de cotización más largas y por tanto les corresponde mayor pensión que a los más antiguos: tomar una parte por el todo es una falacia. No solo las pensiones mínimas son bajas: 6 de cada 10 son inferiores a 965 euros, casi seis millones no llegan al salario mínimo; el 50% no llega a 800 euros y el 40% es inferior a 700 euros. ¡Poco pueden devorar estos ancianos con pensiones tan exiguas! Si no recuperan el poder adquisitivo, se consuma su rebaja permanente. Subir solo las pensiones mínimas, una aparente concesión de los recortadores, dejaría a muchos millones de mayores en una precariedad insostenible. Aumentar las pensiones (que carecen de mecanismos para beneficiarse de los avances de la productividad y la economía) con el IPC, no las mejora, tan solo impide su caída. Lo que se consigue cuestionando la revalorización, por la que los pensionistas han tenido que luchar en la calle, es que la inflación sea soportada por los más débiles, los más necesitados de cuidados y de respeto. Mientras las eléctricas se embolsan beneficios escandalosos, los propietarios inmobiliarios suben alegremente sus alquileres y los bancos vuelven a los confortables beneficios.

La solidaridad intergeneracional no puede derrumbarse porque constituye la base de nuestra sociedad, sobre la que reposa la continuidad social y hasta de nuestra especie. Las generaciones en edad de producir cuidan de sus padres, porque estos han cuidado antes de ellos, y a la vez de sus hijos que en el futuro se harán cargo de sus necesidades, aunque las formas concretas han variado a lo largo de la historia. En todo caso, el pacto generacional no se arregla enfrentando unas generaciones con otras. Los pensionistas de hoy han facilitado –con sacrificios- a sus hijos el acceso a niveles de formación inéditos en nuestra historia. No son los responsables de su actual precariedad laboral y de vivienda, que les obliga en muchos casos a mantener su ayuda, otro sacrificio para la mayoría, cuando los hijos deberían poder contribuir a mejorar la vida de sus padres pensionistas. Es esa precariedad la que pone en peligro un sistema que se resiente de que los jóvenes sufran hoy una explotación más intensa que la que conocieron sus padres.

Es un dramático error crear un enfrentamiento entre jóvenes y mayores que ahora no existe, para conseguir a toda costa recortar las pensiones. El reparto de un PIB que crece de forma continuada (salvo en contadas ocasiones de crisis) no implica solo a las generaciones. Es necesario indagar en los mecanismos que han ido reduciendo la parte de nuestro producto nacional que va a las rentas del trabajo (y a los jóvenes), mientras otras reciben cada vez más. Nunca este país ha sido más rico y ha producido más que ahora. Empobrecer a los viejos no mejoraría la situación de los jóvenes: haría a todos más pobres. Pero, aunque fuera posible: ¿Cómo justificar que se quite el pan a los viejos para dárselo a los jóvenes, mientras otros se enriquecen como nunca?

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